jueves, 21 de mayo de 2009

Y la noche llegó demasiado pronto para tí


Y, la noche llego demasiado pronto. La gente marcha por sus vidas de manera indistinta, indiferente. Sin prestar atención a aquellas cosas que muchas veces son importantes; a veces, las más importantes. Caminamos viendo al frente, a lo que se nos avecina, vivimos imaginando lo que haremos al día siguiente, la semana siguiente, el año siguiente. ¿Realmente estaremos aquí para hacer todas esas cosas? Resulta muy difícil afirmar que así será.
Sin embargo, la vida nos ofrece escasos momentos plenos de oportunidades, de eso que podemos llamar “libre albedrío”, en los que podemos decidir qué hacer y cuándo hacerlo. Bueno, el cuándo es un poco más limitado en este sentido porque, en ocasiones, parece que el tiempo está siendo contado por alguien que nos lo ha alquilado. Así, nos queda aprovecharlo al máximo.
Entonces, caigo en una pregunta importante: ¿Cómo se puede aprovechar el tiempo? Bien, ésta es una cuestión muy complicada. El tiempo no es algo sencillo de manejar. Empecemos por considerarlo como algo no manejable. No es plastilina que puede ser moldeada a gusto y placer. Tampoco es algún tipo de dinero que puede ser llevado en el bolsillo y con el que pueden adquirirse algunas cosas necesarias (y en mi caso, con gran frecuencia, otras que no). El tiempo es algo incontable, algo a lo que le hemos puesto una medida en la frente para tratar de calmarnos ante su condición indomable. Le creamos un nombre y le dimos forma al tratar de domarlo. Pero, ¿cómo domar algo que no puedes ver? ¿Cómo controlar algo que no puedes ni siquiera tocar?
Otra cosa a considerar sobre él es que no se puede desaprovechar. Esto, entonces, tiende a contradecir lo que acabo de mencionar sobre que su carácter incontable. Así, ¿Cómo se puede desaprovechar algo que no se tiene? Difícil cuestión. Aún así, hay que hacerlo. Ante estas dudas, caigo un poco en cuenta acerca del problema en el que me meto al tratar de analizar la lucha del hombre y el tiempo. Es muy difícil llegar a decir cómo alguien puede domar a este último. Aún así, hay que hacerlo.
Entonces, hay que pensar un poco mejor en cómo afrontar al tiempo y a su eterno e indetenible avanzar. Bien, unos dicen que lo mejor que se puede hacer es vivir el día a día como si fuese el último. Esto es muy plausible y aceptable como forma de ver la vida en constante y eterna lucha con el tiempo. O, como si una no pudiese vencer a la otra. O, como si la otra no pudiese ser vencida. Así, al seguir este tipo de consideración, la vida pasa a ser un ejercicio de extraña y extrema conciencia sobre los aspectos inherentes a ella. Tomar un vaso de agua, cepillarse los dientes, lavar la ropa, pelar una papa; todo, todo se volvería muy concientizado. Sería incesable el trabajo de racionalización en el que todo lo que hacemos o haremos o hicimos tomase tanta importancia y valor que no podríamos dejarlo pasar por alto. Y, a veces la vida trata sobre eso: dejar pasar las cosas.
No es necesario recordar todo. Caeríamos en una situación Proustsiana en la que hasta el simple hecho de tomarse un café adquiriría magnitudes y extensiones de tiempo exorbitadas. En este caso, he mencionado algo muy interesante: la longitud del tiempo puede ser manejada a nuestro antojo. Valorizar en exceso las cosas, más allá de otorgarnos esa calma que debería venir con el control que nos gusta tener sobre las cosas, nos encadena de manera irremediable a vivir a merced de nuestras vivencias y recuerdos. ¿Hace falta recordar como sabía el 123avo café que te tomaste en tu vida? Sinceramente, sospecho que no.
Entonces, en este caso, haría falta pensar en qué valdría la pena ser recordado. Cumpleaños, bautizos, aniversarios, momentos íntimos o llenos de gran carga emotiva, eso valdría la pena recordar.
Cabe destacar en este momento el caso de un hombre que apareció en un programa científico que alguna vez ví (para referencias bibliográficas, bien valdría la pena recordar el nombre del programa o para verificar si la información que aporto es veraz pero, sinceramente, tomé lo mas importante de ese programa y eliminé aquello que no lo era) que, según se afirmaba en el, tenia una capacidad de memoria sumamente desarrollada. Así, el hombre en cuestión podía recordar absolutamente todo lo que había ocurrido en su vida desde los 5 años hasta su edad actual (que al momento del programa, rondaba los 40). Al momento de una entrevista que se le hacia, el hombre comentó que se sentía tremendamente mal debido a que no podía dejar de pensar en cosas del pasado, en que todo le venia a la mente de manera clara y precisa y que esto le provocada terribles dolores de cabeza. En este caso, los médicos tratantes afirmaban que el hombre poseía una condición muy especial que hacia que no olvidase nada, pero que esto conllevaba el hecho de utilizar gran parte de su cerebro para almacenar tal cantidad de información. Efectivamente, el no olvidar duele (claro, no me referiría tanto a un caso como este).
De cualquier forma, es necesario pensar en cuán importantes son las cosas que nos pasan día a día para elegir cuales recordar y cuales no. Difícil cuestión: no siempre el hombre elige que puede recordar (o, al menos, no en teoría). Podemos elegir recordar fechas especiales para nosotros porque llevan una carga sentimental en ellas. Así, los aniversarios de bodas, por ejemplo, toman gran importancia en este caso. Pero, cabe preguntarse, ¿cuán importante es para nosotros recordar una fecha dolorosa o algún día en el que nos haya ocurrido un hecho desagradable? De igual manera, sólo habría que recordar aquellos eventos que estén relacionados con grandes cargas emocionales.
En estos momentos, cualquier intento de racionalización de la vida y del tiempo resulta extremadamente complicado. Pero, cuando llega el día en el que alguien se va, la noche llega demasiado pronto. Al menos, a mi me lo parece. Es difícil decir como ha de ser vivida esta vida, es difícil llegar a racionalizarla de tal manera que puedan encontrarse soluciones y respuestas. Creo que la vida esta llena de una falta de estas ultimas. Resulta difícil entender por qué la noche llega antes en algunos días y por qué la gente ya no esta. Es muy complicado. Si bien la memoria a veces nos permite recordar cada pequeño momento de nuestras vidas, en ocasiones es mejor olvidar algunas cosas, es mejor dejarlas ir y no guardarlas más. Algunas, porque simplemente no valen la pena; otras, porque nos recuerdan algún dolor que tuvimos. De una u otra forma, sólo queda recordar los buenos momentos que se viven, lo que se tienen y significan e implican cosas valiosas de verdad. Creo, sinceramente, que de eso se trata. Al fin y al cabo, la vida solo es un compendio de momentos buenos y malos, sólo hace falta elegir cuales son más importantes para nosotros y dejarnos llevar por ellos…
Y, aquellos para los que llega la noche demasiado pronto, que nunca se aparten de nosotros…

No hay comentarios:

Publicar un comentario